Una piel firme, flexible y elástica es una piel hidratada, pero con la edad y factores como el sol, el cloro de las piscinas, la utilización de agentes cosméticos inadecuados, etc., la piel se vuelve cada vez más apagada, más tirante, más seca y comienzan a salir las primeras arrugas o, las que ya están, se acentúan. Es una piel deshidratada.
Por Paloma García Mediero
Licenciada en Farmacia
Formadora de tratamientos capilares estéticos
Directora Técnica de Laboratorios Kapyderm
Podemos decir que el cuerpo humano tiene aproximadamente 8 litros de agua (el 70 % del peso corporal) y entre el 10 y el 20 % se encuentra en la piel. Por debajo de este porcentaje, la piel se vuelve áspera, mate y frágil.
Para empezar, debemos distinguir entre dos conceptos que, aunque son diferentes, están relacionados entre sí: la hidratación cutánea, que se refiere a la cantidad de agua presente en la piel y la humectación, que es el agua que la piel adquiere del exterior a partir de preparados de base acuosa. Una piel en buenas condiciones tiene una capa de protección, el manto hidrolipídico o manto ácido, que mantiene la hidratación de la piel en niveles óptimos al impedir que el agua intradérmica se evapore. Este manto ácido está formado por el sudor, el sebo procedente de las glándulas sebáceas y material protéico procedente de la queratinización epidérmica. Las glándulas sebáceas, donde se forma y secreta el sebo, están controladas por los andrógenos, por ello la edad es uno de los factores que hacen que la piel se deshidrate paulatinamente. El sol, agentes cosméticos con pH inadecuados, frío o calor intensos y un largo etcétera, provocan la desestabilización del manto ácido de la piel y, por tanto, una mayor evaporación del agua intradérmica. Así pues, son los principales causantes de la deshidratación.
Aunque la deshidratación es visible en la epidermis, es decir, el exterior de la piel, también la dermis juega un papel muy importante. La dermis es un tejido conjuntivo formado por una matriz y células, principalmente fibroblastos, encargados de la síntesis de colágeno y elastina, que le dan firmeza y elasticidad a la piel. Su deterioro hace que la piel envejezca y aparezcan las arrugas.
La matriz de la dermis tiene una consistencia gelatinosa, donde moléculas como el ácido hialurónico son capaces de absorber y retener grandes cantidades de agua, pero este ácido tiene un ciclo de vida muy corto: entre el 30-50 % se degrada cada 24 h. La edad, la mala alimentación o el estrés hacen que el ácido hialurónico no se forme a la misma velocidad con la que se degrada, disminuyendo su nivel y por tanto, aumentando la deshidratación de la piel.
Dependiendo del mecanismo por el que se produce la deshidratación podemos diferenciar dos tipos: hablamos de pieles secas deshidratadas cuando existe una falta de agua en la capa córnea y de pieles secas alipídicas cuando se produce una disminución de la actividad de las glándulas sebáceas y, como consecuencia, se reduce e efecto barrera del manto ácido que evita la pérdida de agua.
Los signos más evidentes de la piel deshidratada son la falta de brillo, debido a una disminución de la secreción sebácea; pequeñas descamaciones blanquecinas, casi imperceptibles, por la falta de cohesión de los corneocitos que provoca la disminución del nivel hídrico; arrugas, tirantez y rugosidad al tacto.
La Dermotricología, a través de sus centros homologados, le presta una gran atención a los primeros signos de la deshidratación, ofreciendo una completa evaluación dermotricológica y planes de salud personalizados según cuál sea la causa de la deshidratación.
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