Hay peticiones que se repiten en los salones de peluquería con una frecuencia casi universal: “Quiero un cambio, pero no sé exactamente qué”. Lo que parece una frase inocente encierra, en realidad, uno de los mayores retos profesionales para cualquier estilista. Porque cuando la dirección es difusa, el trabajo va más allá de lo técnico: implica acompañar, interpretar y traducir emociones en imagen.
1. Escucha activa: el primer paso para entender lo que aún no se ha dicho
Cuando una clienta llega con ganas de transformación, pero sin una idea clara, el primer paso nunca debería ser cortar ni teñir. Debería ser escuchar.
La peluquera experta y profesora de FP Ester Tomás Monlleó lo resume así:
“Hay que practicar la escucha activa y detectar qué reto está viviendo o qué momento emocional está atravesando. Muchas veces, el cambio capilar responde a un movimiento interno que todavía no se ha verbalizado”.
Identificar lo que le gusta de su cabello actual, lo que le aburre, o lo que le gustaría evitar, son también preguntas clave para orientar la conversación hacia un objetivo estético concreto.
2. No somos meros ejecutores: marcar el ritmo y liderar el proceso
Aunque escuchar es esencial, no significa ceder todo el control. Como recuerda Raúl, de la firma Rizos, el estilista debe mantener su posición como guía del proceso creativo:
“El profesional debe escuchar, asesorar, consensuar y ejecutar. Pero muchas veces ese ‘no sé lo que quiero’ puede hacernos perder el foco. Nos prestamos al cliente, pero luego debemos volver a nuestro centro para ofrecer el servicio que realmente se necesita: un cambio con criterio y dirección.”
Esta visión sitúa al profesional como alguien que no solo ejecuta, sino que propone y lidera, incluso cuando el punto de partida es difuso.
3. Herramientas para concretar: colorimetría, visagismo y estilo de vida
Más allá de lo emocional, hay factores técnicos que ayudan a acotar posibilidades y evitar decisiones erráticas. Por ejemplo, la estación del año, que puede condicionar el tipo de color (más cálido o frío), o la estación cromática personal de la clienta (primavera, verano, otoño, invierno).
También conviene valorar cuánto tiempo podrá dedicar al mantenimiento del look, para que el cambio no se convierta en una carga. Según Ester Tomás, integrar el visagismo en este análisis permite ajustar el estilo a las proporciones del rostro de forma armoniosa.
➟ ¿Cómo podemos resaltar o suavizar los rasgos faciales con una coloración capilar adecuada?
4. Traducir lo subjetivo en lo concreto: el enfoque semiótico
A veces, el deseo de cambio viene formulado con expresiones ambiguas: “Quiero sentirme más guapa”, “Necesito verme distinta”. ¿Cómo traducir esas emociones en un corte o un color?
La asesora de imagen Suélen Fonseca, experta en visagismo semiótico, a la que puedes seguir en @suefonse trabaja con una metodología clara:
“Cuando una mujer quiere cambiar su cabello y no sabe cómo, suele ser porque algo ya está cambiando por dentro. A partir de referencias visuales que ella misma elige, traduzco esos deseos en líneas, formas, volúmenes, texturas y colores.”
Además, plantea preguntas que ayudan a aclarar la narrativa estética de cada clienta:
- ¿Qué parte de tu rostro no quieres resaltar?
- ¿Qué es lo que más te gusta de ti?
- ¿Cómo te gustaría que te percibieran?
Estas herramientas permiten construir una propuesta coherente con su momento de vida, su imagen y su identidad.
Conclusión: acompañar, interpretar y transformar con criterio
Cuando una clienta quiere un cambio, pero no sabe cuál, el trabajo del profesional se convierte en un arte que mezcla psicología, estética, empatía y técnica. Escuchar, guiar, analizar y proponer se vuelven tareas fundamentales para que ese deseo vago se convierta en un cambio con sentido.
El resultado no depende solo de las tijeras o el tinte, sino de cómo ayudamos a la clienta a descubrir lo que quiere sin que aún lo sepa.
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